domingo, 23 de octubre de 2011

DOS CIENTÍFICOS Y DIOS

STEPHEN HAWKING Y FRANCISCO J. AYALA
He destacado en repetidas ocasiones la necesidad del diálogo intelectual con la Trascendencia, lo cual equivale al establecimiento de relaciones cordiales de lealtad a los designios de Dios. Este diálogo es ante todo consolador para el ser humano durante la travesía de esta vida. Al insistir aquí una vez más sobre dicho diálogo no quiero entrar en el planteamiento académico de la cuestión sobre la existencia de Dios al estilo clásico sino de destacar la conveniencia de que los intelectuales no echen balones fuera como si la búsqueda de una respuesta intelectual satisfactoria a esta cuestión no tuviera interés alguno para el logro de la paz personal y social. Por desgracia, los pocos filósofos que actualmente existen, o no tienen audiencia social, o eluden la cuestión de Dios en nombre de las ideologías. Por otra parte, los teólogos, de los que cabría esperar un trato adecuado e interesante de las cuestiones teológicas, los más populares entre ellos se pierden en análisis psicológicos y sociológicos del fenómeno religioso de escasa utilidad práctica. Sin olvidar a los resentidos y aquellos otros que se dedican a murmurar y denostar los vicios y pecados de los creyentes para llamar la atención y, de rechazo, ocultar los suyos propios. Esto por lo que se refiere a los teólogos cristianos y con los debidos respetos a las honrosas excepciones existentes. Tratándose de teólogos judíos y musulmanes el asunto es descorazonador porque tropezamos con los clásicos grupos fundamentalistas y violentos con los cuales resulta prácticamente imposible hablar de esas cuestiones sin fanatismo. Entre los cristianos también hay fanáticos religiosos pero distan mucho del fanatismo de los grupos judíos y musulmanes.

En cualquier caso la pregunta sobre Dios resulta insoslayable cuando usamos correctamente la razón. A pesar de ello, la tendencia generalizada entre los profesionales de la filosofía y de la ciencia moderna es a prescindir de Dios y esta actitud se va imponiendo progresivamente en los sistemas educativos y culturales contemporáneos. En el mejor de los casos se profesa una actitud de tolerancia hacia quienes se atreven a hablar públicamente de Dios, sobre todo si éstos se confiesan respetuosamente escépticos ante las cuestiones teológicas. En este sentido me parece oportuno hacer mención de dos científicos que han llamado mucho la atención por sus respectivas opiniones sobre la existencia Dios desde el campo de las ciencias modernas. Me refiero al físico británico Stephen Hawking y al biólogo español y antiguo fraile dominico Francisco Ayala.

Hawking sostenía que la creación espontánea es la única razón por la que existe algo en vez de la nada, por la que existe el universo y por la que existimos también los seres humanos. Según Hawking, no es necesario invocar a Dios obrando maravillas y poniendo en marcha el Universo. Según él, “las leyes de la física excluyen la posibilidad de que Dios crease el universo”. O lo que es igual, la ciencia moderna no deja lugar para la existencia de Dios. En el pasado, Hawking pensaba que la idea de un creador divino no era incompatible con el entendimiento científico del cosmos. En su libro Una breve historia del tiempo, Hawking parecía aceptar la mano de Dios en la creación del cosmos cuando decía que “si pudiéramos descubrir una teoría completa, sería el máximo triunfo de la razón humana, porque entonces conoceríamos la mente de Dios". Pero posteriormente en El gran diseño sostiene que el fenómeno conocido como el Big Bang o explosión que hipotéticamente dio origen al Universo, fue una consecuencia inevitable de las leyes de la física lo cual significa que "no es necesario invocar a Dios para encender la mecha y darle inicio al Universo". Hawking pone en cuestión incluso la creencia de Isaac Newton, según el cual el Universo fue diseñado por Dios y no pudo haber surgido del caos. El Hawking sostiene tercamente que es por la ley de la gravedad que el Universo puede crearse de la nada. "La creación espontánea es la razón por la que hay algo en lugar de nada, el porqué de la existencia del Universo, el porqué de nuestra existencia". El científico añade que es por la ley de la gravedad que el Universo puede crearse de la nada. "La creación espontánea es la razón por la que hay algo en lugar de nada, el porqué de la existencia del Universo, el porqué de nuestra existencia".

Como réplica a estas declaraciones Francisco Ayala ha expresado también su opinión haciendo las matizaciones siguientes. En opinión de Ayala, Hawking es un gran manipulador de los medios de comunicación para vender sus libros y no comparte su opinión sobre la presunta inexistencia de Dios como conclusión válida de la física moderna. La ciencia y la religión son dos ventanas abiertas para mirar al mundo y cada una de ellas permite ver cosas distintas. La ciencia trata de explicar el origen de las galaxias, del universo y de la vida, y la religión trata de explicar la relación del ser humano con el Creador, el sentido de la vida y la moralidad humana. Si no hay abusos, como en el caso de Hawking, no hay contradicción ninguna entre la visión de ambas ventanas. Para explicar, por ejemplo, el origen de la vida de una persona humana, basta conocer su origen a partir del momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide y todo lo que sigue después. Pero esto no excluye creer que ese nuevo individuo sea una criatura de Dios. Ahora bien, del hecho de que no sea necesario recurrir a Dios para explicar el surgimiento de esa nueva criatura no se puede deducir que Dios no exista. El creer en Dios es un asunto que pertenece al ámbito de la fe y no de la ciencia.

El día 22 de octubre del 2011 Francisco José Ayala celebró una conferencia de varias horas, diálogo incluido, en el centro de estudios de los Dominicos en Madrid, sobre los temas: Creacionismo, evolución y religión y Evolución humana: De la biología a la ética. En la primera sesión partió de la teoría del diseño inteligente expuesta por William Paley en 1802 en su Natural Theology. Según Paley, donde hay diseño hay diseñador y Dios sería el gran Diseñador de todo cuanto existe. Pero los argumentos de Paley se derrumbaron tras el descubrimiento de la selección natural por parte de Charles Darwin y la publicación de El origen de las especies en 1859. Según Darwin, la selección natural proporcionaba una explicación científica del diseño de los organismos. Las pruebas sobre la evolución biológica corroboran la explicación del diseño por medio de la selección natural. Cuando hablamos de selección natural nos estamos refiriendo al proceso a través del cual, los organismos mejor adaptados desplazan a los menos adaptados mediante la acumulación lenta de cambios genéticos favorables en la población a lo largo de las generaciones. Cuando la selección natural funciona sobre un número extremadamente grande de generaciones, puede dar lugar a la formación de una especie nueva. Dicho en lenguaje vulgar: los peces gordos se comen a los más chicos y los más fuertes se imponen o suplantan a los más débiles. El descubrimiento darwiniano de la selección natural vino a completar la revolución copernicana. En efecto, los avances científicos de los siglos XVI y XVII habían llevado los fenómenos de la materia inanimada, tales como los movimientos de los planetas en el cielo y de los objetos físicos sobre la tierra, al terreno estricto de la ciencia tratando de explicarlos por medio de leyes naturales. Pues bien, de modo análogo, la selección natural proporcionaba una explicación científica del diseño y la diversidad de los organismos, lo cual había sido omitido en la revolución copernicana. Es decir, que con Darwin todos los fenómenos naturales, inanimados o vivos, se convirtieron en tema de investigación científica.
Las versiones modernas del argumento a partir de la teoría del “Diseño inteligente” (DI), en opinión de Ayala, son una forma nueva de creacionismo, cuyos promotores están convencidos de que la teoría de la evolución es contraria a sus creencias religiosas y desearían descubrir a Dios y la fe en la ciencia. Pero el DI, matizó, es mala ciencia o no es ciencia en absoluto ya que no está apoyado en experimentos y pruebas científicas que hayan merecido su divulgación entre los profesionales de la ciencia actual. Más aún. El DI es mala religión y mala teología porque implica que el Diseñador posee atributos indeseables que no queremos predicar de Dios. El DI es incompatible con la fe cristiana, por ejemplo, en la existencia de un Dios Creador Omnipotente y Bueno. De acuerdo con la teoría de DI cabría deducir más bien que Dios es un ser incompetente para evitar el sufrimiento humano, la crueldad y el sadismo existente entre los seres vivos. Más aún. Si tenemos en cuenta los millones de abortos naturales que tienen lugar en los procesos de reproducción humana, de acuerdo con la teoría del DI habría que concluir que Dios es un chapucero o bien el responsable de todos ellos por no impedir que se produzcan. No, los abortos naturales no son consecuencia del designio de Dios, al que no corresponden estos atributos negativos. Ayala no disimuló su satisfacción al reconocer que el descubrimiento científico de la selección natural de las especies ha sido un regalo para la ciencia y un alivio grande para la teodicea.

La segunda sesión académica estuvo dedicada al paso de la biología a la ética en el contexto de la evolución humana. ¿Está la capacidad ética de los seres humanos determinada por su naturaleza biológica? ¿Están los sistemas o códigos de normas éticas determinados por la naturaleza biológica humana?

La respuesta de Ayala a la primera cuestión fue “que los humanos son seres éticos por su naturaleza biológica”. Esto significa que valoran sus propias formas de comportamiento calificándolo de correcto o incorrecto, moral o inmoral, en virtud de sus eminentes capacidades intelectuales, las cuales incluyen la autoconciencia y el pensamiento abstracto. Un perro, por ejemplo, no puede hablar porque carece de soporte biológico adecuado en su garganta para articular palabras y de la inteligencia que caracteriza a los seres humanos, los cuales, por el contrario, poseemos capacidad de abstraer y universalizar, de establecer racionalmente escalas de valores, de construir razonamientos complejos y crear el lenguaje simbólico para comunicarnos. El ser humano tiene conciencia de sí mismo, crea utensilios y la actividad tecnológica y científica. Las obras de arte y literatura, la organización y cooperación social son obras exclusivamente suyas. Igualmente son obras de la inteligencia humana las instituciones políticas, científicas, financieras y de cualquier orden humano y social tales como los códigos de conducta y el orden jurídico. El ser humano es capaz de analizar su propia conducta para evaluarla y saber si es buena o mala de acuerdo con los parámetros de la naturaleza y de su propia dignidad o excelencia humana. Más aún. El ser humano se plantea cuestiones fundamentales sobre la existencia de algo o alguien trascendente en su afán por encontrar el sentido y razón de ser adecuada de su vida. Nacen así de una manera natural la ética y la religión.

Pues bien, estas capacidades propias de los seres humanos son productos del proceso evolutivo, pero distintivas y propias del hombre. De donde se deduce que el hombre es por su propia naturaleza un ser intelectual, ético y religioso. Desde este punto de vista la evolución no es contraria a la dimensión religiosa del hombre sino un aval importante a tener en cuenta todo discurso religioso y humanista serio. El comportamiento ético, por tanto, matizó Ayala, “no está causalmente relacionado con el comportamiento social de los animales, incluyendo el ‘altruismo’ familiar y recíproco.

La respuesta de Ayala a la segunda cuestión fue “que las normas morales según las cuales evaluamos acciones particulares como moralmente buenas o malas (así como los fundamentos en que pueden usarse para justificar dichas normas morales) son producto de la evolución cultural, no de la evolución biológica”. Las normas de moralidad pertenecen a la misma categoría de fenómenos que las instituciones políticas y religiosas, o las artes, las ciencias y la tecnología. Los códigos morales, como esos otros productos de la cultura humana, son consistentes a menudo con las predisposiciones biológicas de la especie humana y de otros animales. Pero esta consistencia entre normas éticas y tendencias biológicas no es necesaria ni universal, o sea, no se aplica todas las normas éticas de una sociedad dada y menos aún a todas las sociedades humanas.

Los códigos morales, en efecto, como cualesquiera otros sistemas culturales, dependen de la existencia de la naturaleza biológica humana y deben ser consistentes con ella en el sentido de que no pueden contradecirla sin provocar su propia aniquilación. Además, la aceptación y persistencia de las normas morales se facilita siempre que son consistentes con los comportamientos biológicamente condicionados. A pesar de todo, las normas morales son independientes de tales comportamientos en el sentido de que algunas normas pueden no favorecer o incluso impedir la supervivencia y reproducción del individuo y sus genes, supervivencia y reproducción que son las dianas de la evolución biológica.

Como mensaje final de este discurso cabe decir que el ser humano por razón de su personeidad o esencia personal es un ser ético y religioso por naturaleza, mientras que su personalidad o cúmulo de aconteceres en torno a la persona es fruto de la evolución cultural. Ayala fue aún más lejos destacando el papel decisivo de la existencia del libre albedrío como condición indispensable del comportamiento moral humano. La propia evolución biológica nos lleva hasta el libre albedrío y la conducta moral específica de los seres humanos. No así los códigos morales, que, como queda dicho, son fruto de la evolución cultural. Otra observación importante se refiere a la distinción entre herencia cultural y biológica. La herencia vertical o biológica es la que se transmite genéticamente de padres a hijos aunque no en el sentido pintoresco lamarkiano. No, si uno va al gimnasio para robustecer sus músculos, no piense que sus hijos van a heredar esa musculatura adquirida mediante ejercicios gimnásticos. La herencia cultural, en cambio, se produce de forma horizontal mediante la enseñanza y transmisión académica o costumbrista de la cultura. Con la particularidad de que la evolución cultural se adapta con más eficacia que la evolución biológica.

Mi punto de vista sobre la opinión de estos dos eminentes científicos de la astrofísica moderna y de la biología es el siguiente. La solemne afirmación de Hawking contra la existencia de Dios en nombre de la ciencia que él cultiva es una perfecta sinrazón. O sea, una afirmación caprichosa y gratuita ya que la realidad de Dios escapa por completo al alcance de las ciencias naturales. La física que estudia Hawking no es la herramienta adecuada para encontrar a Dios en la naturaleza, como un tenedor, siguiendo su metáfora, no es el cubierto de mesa adecuado para beber el agua o un vino de marca. Para ese menester están los vasos y la copas, no los tenedores. ¿Qué pensaríamos de un comensal que negara la existencia de vino en el banquete por el hecho de que intentó beberlo con un tenedor y no pudo? ¿Qué pensar de Hawking cuando afirma que Dios no existe porque él no logra pincharlo con el tenedor de la física? A la realidad de Dios, pienso yo, se llega por la vía de la experiencia de la vida, del uso correcto de la razón y de la fe, aunque seamos científicamente analfabetos. Tengo la impresión de que nuestro físico usa poco y mal razón. Mientras siga por ese camino, venderá muchos libros y puede estar tranquilo de que no encontrará a Dios. Pero eso no significa que Dios no ande por ahí y que le salga al paso sorpresivamente cuando menos lo espere.

Por lo que se refiere a Francisco Ayala cabe hacer las siguientes matizaciones. En mi opinión tiene toda la razón del mundo cuando disiente de su colega Hawking. Una cosa es que no sea necesario recurrir a Dios para explicar muchas cosas del mundo y de la vida y otra muy distinta el que no haya razones poderosas fuera del ámbito de la física para creer en la existencia de Dios. Pero Francisco Ayala tampoco supera el discurso científico y deja a un lado la reflexión filosófica y teológica. Como consecuencia de lo cual rechaza el modesto pero real valor de las “vías” de Santo Tomás y en su esquema mental no queda lugar para la existencia de un Dios personal. Tengo la impresión de que Hawking no conoció la reflexión filosófica ni teológica. Ayala sí la conoció pero la abandonó prematuramente. Ambos se apuntan científicamente al polémico banquete de la existencia de Dios pero no usan correctamente los cubiertos de la ciencia ni de la reflexión filosófica y teológica. De ahí que sus conclusiones resulten a veces más sensacionales que objetivas. Hawking no justifica con razones sus afirmaciones contra la existencia de Dios al cual no se le puede trinchar con el tenedor de la física. Ayala está más cerca de lo razonable pero se queda a medio camino. Las dos ventanas de las que habla son complementarias y no excluyentes. Ahora bien, esa visión complementaria es obra del uso de la razón que vas más allá de las percepciones científicas de laboratorio. De todos modos es digno de destaque el hecho de que estos dos profesionales eminentes de la ciencia estén preocupados por el tema de la Trascendencia y no tengan complejo en plantearlo abiertamente.

Al margen de estas discusiones científicas sobre la existencia de Dios la experiencia de la vida enseña que su presencia entre nosotros es comparable a la existencia del aire. A simple vista el aire no se ve, no se palpa ni nos escucha si le hablamos para calmar su furia. Y, sin embargo, existe. De hecho, cuando falta el aire nos asfixiamos y lo reclamamos urgentemente por favor. De modo análogo a Dios no le vemos con los ojos de la cara ni le palpamos con nuestras manos, ni siquiera con la ayuda de sofisticados instrumentos científicos. Más aún, cuando acosados por las calamidades de la vida requerimos su ayuda muchas veces tenemos la impresión de que está sordo o que no quiere saber nada de nosotros. Y, sin embargo, sin su presencia nada de lo que existe subsistiría. Sin la acción sustantiva de Dios las cosas pasarían directamente a la nada sin pasar siquiera por el estado de las cenizas. En el mejor de los casos cabe pensar que la ciencia sea capaz de explicar algún día la dinámica de lo actualmente existente pero quedará siempre el interrogante principal sobre el origen causal primero de esa dinámica científicamente verificable. El propio Renán, que se declaraba ateo de solemnidad, se mofaba cínicamente de quienes se consolaban pensando que puede haber relojes sin relojero que los fabrique y garantice su funcionamiento. El mundo y cuanto existe, es ese gran reloj cuyo relojero es Dios y esta es la gran conclusión tranquilizadora que se aprende con la experiencia de la vida al margen de prejuicios ideológicos, científicos o culturales.
Como el ejemplo de la existencia real del aire que respiramos, aunque no tengamos conocimiento científico ni conciencia refleja del mismo, los encontramos a manos llenas en la vida. Baste recordar uno más. En una gran concentración de personas se encuentra una mujer embarazada de dos semanas. Lo más probable es que la mayoría de los concurrentes, si no todos, desconozca totalmente que en el maternal seno de la feliz madre hay un ser humano. Y, sin embargo, existe, está allí presente, aunque nadie lo vea ni lo tenga en cuenta para nada. De modo análogo cabe decir que la afirmación de la existencia de Dios equivale a reconocer su presencia real entre nosotros sin percepción sensible. Como el aire sin el cual no podemos vivir o como el niño desapercibido en el seno de su madre, no es científicamente controlado ni racionalmente comprendido pero existe de una forma tan real que sin Él no existiría nada, ni siquiera la posibilidad de negar su existencia. De ahí la conveniencia de que los científicos e intelectuales no miren para otra parte marginando el problema de Dios por la cuenta que les tiene. Es inútil dar coces contra el aguijón. Una vez que nuestro deseo natural de conocer el por qué de las cosas y de la vida se pone en marcha, la inteligencia humana se siente frustrada cuando se la impide llegar a las causas últimas distrayéndola con las causas próximas, como parecen hacer muchos científicos e intelectuales. La vida es muy breve y no cabe perder el poco tiempo útil del que disponemos en peleas ideológicas y malabarismos conceptuales filosóficos y teológicos. Más allá de la ciencia, de los conceptos mentales, de las estructuras culturales y de los deseos está la realidad de la vida que se encarga de ponernos a cada uno en nuestro sitio y a todos ante la realidad de Dios. Una realidad que es omnipresente y permanente aunque nosotros no tengamos percepción sensible de ella. En cualquier caso, los científicos más sensatos y razonables suelen estar de acuerdo en defender la compatibilidad de la ciencia y la fe religiosa auténtica. No es irracional, sino todo lo contrario pensar que hay un Creador de las leyes naturales y que la teología es un ámbito del pensamiento tan válido en su género como el científico. La ciencia, en efecto, puede explicar muchas preguntas propias de su competencia y la teología las suyas propias relacionadas directamente con la existencia de Dios y sus relaciones con el ser humano. El creer que existe un Creador que dio origen a las leyes de la naturaleza y responde a las cuestiones escatológicas del hombre es tan razonable y sensato, si no más, que realizar un análisis de sangre o tratar de conocer científicamente el universo. El mismo darwinismo explica o trata de explicar la evolución, pero no excluye en nombre de la ciencia la existencia de un Creador inicial. La ciencia es una parcela del conocimiento que no puede ignorar a otras disciplinas como la filosofía y la teología, en las que se tratan cuestiones humanas de gran envergadura que afectan al ser humano. Una de esas graves cuestiones es si existe alguien a quien dar cuenta y razón de nuestra vida fuera del tiempo y del espacio. Francisco Ayala lo tiene muy claro: "la fe y la ciencia no son incompatibles porque tratan cuestiones diferentes", dijo tras ser galardonado con el premio internacional Templeton. "Fe y ciencia no son incompatibles". "La investigación científica debe encargarse de explicar el origen del mundo (el cómo) y la religión, de los valores morales y las relaciones entre las personas (el porqué)", insistió Ayala en la Universidad de California. Posiblemente, pienso yo, la tradicional confrontación entre ciencia y fe surge de un planteamiento no correcto del problema desde las instituciones científicas y teológicas en lugar de hacerlo desde la estructura metafísica y psicológica del ser humano. Pero este replanteamiento está fuera del margen limitado de esta lectura. En cualquier caso, mi encuentro personal con Francisco Ayala en mi casa de Madrid el 22 de octubre del 2011 me permite ser mucho más optimista sobre su posición como científico frente al problema de Dios.

Para entender mejor lo que termino de decir me parece oportuno recordar que en los EE.UU donde él trabaja, existe una normativa estricta según la cual se puede enseñar en los centros públicos historia de las religiones en general pero sin mostrar preferencia por ninguna religión en particular. ¿Razón? Porque ninguna religión en particular es considerada como ciencia. Con esta decisión se trataría de salir al paso en el sistema educativo de los movimientos religiosos fundamentalistas que crecen como hongos. Los científicos, pues, no deben perder el tiempo en cuestiones religiosas que no pueden ser analizadas y contrastadas con la metodología y tecnología propias de las ciencias modernas. Francisco Ayala se ha movido toda su vida en este ambiente y se comprende que, por una parte, no se pronuncie públicamente en cuestiones religiosas, alegando sistemáticamente que se trata de cosas distintas a los objetivos de la ciencia, pero al mismo tiempo no cierra las puertas a la reflexión filosófica y teológica sobre los datos de las ciencias modernas más avanzadas. De hecho, a la pregunta intencionada de un estudiante de teología sobre el tema no dudó en responder que la ciencia moderna constituye un estímulo o espuela constante del conocimiento teológico. Más aún, en su rechazo de la teoría del “Diseño inteligente” no dudó en afirmar que Dios no creó al hombre como un “robot”, sino libre con posibilidad de hacer el bien y el mal, lo cual es mucho más interesante y acorde con la gloria de Dios. Pero el planteamiento de estos problemas y la búsqueda de sus respuestas no son de la competencia de los científicos que analizan la naturaleza aplicando tecnologías avanzadas. Ayala se mueve en ese contexto personal y social pero se cuida mucho de no poner puertas al campo de la reflexión filosófica y teológica como lo hace temerariamente Hawking. Cuando le pregunté a Ayala confidencialmente si, en su opinión, Hawking hablaba últimamente en serio o simplemente hacía concesiones a la galería publicitaria poniendo a Dios fuera de combate en nombre de la ciencia, me respondió sonriente que Hawking hablaba para la galería. ¿Cómo se puede afirmar contundentemente que Dios no existe porque él no puede demostrar su existencia aplicando las modernas tecnologías científicas? Ayala me dio a entender que compartía plenamente mi opinión. Nos encontramos en niveles distintos de la realidad y hay que aplicar métodos también distintos para tratarla. Los datos científicos son valiosísimos pero sin la aplicación de la reflexión filosófica y teológica sobre ellos nos quedamos tirados en el camino. Niceto Blázquez, O.P.